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La impronta del paisaje.

En el tratado de pintura de Leonardo da Vinci hay un apartado dedicado al aprendi- zaje del joven pintor que reúne textos en los que se sugiere normas, estudios, mecanismos y composiciones. De entre ellos Preceptos para el pintor, nos dice: “bien cierto es que en una mancha pueden verse las distintas composiciones de cosas que en ellas se pretende buscar: cabezas humanas, diversos animales, ..., mares, nubes, bosques, etc.” En el caso de María Esteve, aun siendo una joven pintora, ya lleva mucho aprendido, siendo la naturaleza su gran maestra. En sus paseos, en su caminar es donde María busca y encuentra, se acrecienta y estimula el impulso creador que nutre su trabajo.

Para el caminante se hace camino al andar y para aquel que transita por los lugares buscando azares, encuentra resquicios de su añorada naturaleza en cada fragmento, en cada piedra, en cada hierba que su imaginación creadora le ofrece. Así intenta registrarlos, frota las paredes, las montañas, el suelo, donde cualquier anécdota se convierte en una accidentada piel que conserva la impronta de sus devenires. María pasea y observa, camina e interroga, un paso y contempla, se detiene y mancha; otros elementos también dibujan: el agua, el musgo, la piedra, el hueco, la luz, las horas, la acción de los demás, le ayudan a conformar sus frotagges, sus pequeños paisajes, para crear mundos de naturaleza soñada. La acción de transitar un entorno, propio y ajeno, de ciudad o de campo, va generando miradas subjetivas que proyectan su sensibilidad en papeles fragmentados, enrollados, teñidos del azar y de la acción humana. El soporte papel registra el tiempo, el de acción y el de reflexión, el interno y el externo, conformando un mapa del territorio y, a la misma vez, una suerte de mapa interior y paisaje íntimo. Un cuadro es un mapa que transcribe la experiencia de lo sucedido en ese lugar. Es a través de esta huella como la pintura deviene paisaje.

Los dibujos, las telas, se acompañan de rastros arqueológicos, de vestigios de memoria que le dan apariencia volumétrica y de textura, pequeños guijarros rugosos que nos devuelven a una naturaleza primigenia y nos conectan con el amor por la tierra. Estas piezas nos invitan a reconocernos en ellas, a mirarnos y a hacernos reflexionar sobre la relación que establecemos con nuestro entorno, tratando de ofre- cer una visión propia del paisaje, de los miles de paisajes que albergan en nosotros.

Isabel Tristán 

Profesora Titular de Universidad
Valencia, 27 de abril de 2022

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